01 marzo 2011

más sobre la pantomima en vistalegre


La Feria de Invierno en el Palacio Vistalegre era la primera toma de contacto de la temporada y los malos augurios ni se han despejado ni se han contradicho. Al contrario, han recogido motivos para afianzarse más todavía. Tanta reunión, paso a Cultura o declaración BIC de nada sirve si el espectáculo se convierte en pantomima. En la fiesta o prima la verdad o la decadencia se acelera. Forzar el triunfalismo, falsear el triunfo de nada sirve.

Más si no hay toro. Esta claro que Vistalegre no es Las Ventas, pero hay cosas que deben cuidarse. Si se exige respeto fuera de los ruedos, a los políticos, a la sociedad, el espectáculo debe tener importancia e imponer respeto. Y para ello hace falta el toro. La corrida de Núñez del Cuvillo del domingo fue impresentable, además de descastada. Salvo el sexto, el resto de la corrida lució un desesperante descastamiento, un comportamiento aburrido, monótono, previsible, es decir, la antítesis de lo que debería provocar en el toro la casta, la bravura.


Por cierto, nada que ver los cuvillos con los dos pavos que lucen en el acceso sur del Palacio Vistalegre.



Basta con echar un vistazo a lo sucedido para comprobar que lo de ayer es un flaco favor que no se tapa ni por asomo con el arte de, pongamos por caso, Morante de la Puebla, que en una cosa sí marcó la diferencia: llevó más público a la plaza en comparación a la corrida del sábado. Y fue un público amorantado que le empujó sobremanera. Y el de la Puebla del Río bien que lo celebró.



Se apuntó El Cid casi sin querer tras una faena incompleta. Y ambos se salieron por una barata puerta grande.


Y todo gracias a una presidencia al servicio de la pantomima.



Juan Mora no alcanzó la puerta grande pese a regalar el sobrero, otro mal síntoma que esperemos que no se torne en costumbre y quede en mera anécdota. Mora se quedó en los detalles de torería, pinceladas y, también, en un exceso de sobreactuación, su principal problema cuando las cosas no fluyen. Su arrimón fue en el último y meritorio intento, pero sólo valió una oreja.

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